El malambo nació en las soledades pampeanas, allá por el año 1600. Dentro de nuestros bailes, es una excepción el que carezca de letra. Las guitarras acompañan esta danza ejecutada únicamente por hombres. El bailarín se luce en el zapateo, la cepillada (roce de la planta del pie contra el piso), el repique (golpe con el taco y la espuela) o los floreos. Sus pies apenas tocan el suelo. Las evoluciones del bailarín, cruzando las piernas, zapateando enérgicamente o haciendo dibujos con boleadoras (la incorporación de las boleadoras al Malambo la hizo el hombre de ciudad para presentaciones artísticas) y lazos son sorprendentes. El malambo, dentro de los bailes tradicionales, equivale a la "payada de contrapunto” en el canto: un verdadero torneo de habilidad gauchesca. En dichas competencias no hay límite de competidores, de a uno van exponiendo sus "mudanzas" y gana quien mejor realiza la mayor variedad de figuras. Una especie singular consiste la modalidad “A devolver figuras”, en la que sólo compiten dos hombres, los cuales están obligados a retrucar indefinidamente la figura que les propone el contrincante, cuyo lugar de inicio está determinado por sorteo. Cuando uno de los dos no puede devolver la mudanza de su adversario se da por terminada la competencia. Actualmente, el malambo reconoce dos estilos: el sureño (Provincia de Buenos Aires y la región pampeana) y el norteño. En el primero, las figuras son suaves, el bailarín muestra ingenio y habilidad, dejando a un lado la rudeza. El segundo, en cambio, se caracteriza por un compendio de destreza, brío, y agilidad.
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